El caos del Flatiron: historia y ruina del edificio más bonito de Nueva York
23:33
11 Abril 2023

El caos del Flatiron: historia y ruina del edificio más bonito de Nueva York

Después de cuatro años vacío, la subasta de la torre que ocupa el cruce de Broadway y la Quinta Avenida se salda con un fiasco que amenaza su futuro

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Hay un libro en inglés sobre el edificio Flatiron, The Flatiron: The New York landmark and the incomparable city that arose with it, de Alice Sparberg Alexiou, que cuenta que, en los años 30, la torre que ocupa el cruce entre la Quinta Avenida y Broadway en Mahattan se vendió por dos millones de dólares, apenas calderilla, porque sus inquilinos eran negocios de medio pelo que pagaban rentas bajas y los comercios que ocupaban su planta baja eran tiendas de barrio: droguerías, mercerías, farmacias... Cosas así.

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Aunque parezca increíble, la realidad del Flatiron es aún peor en 2023: lleva cuatro años desocupado porque sus propietarios no fueron capaces de acordar qué hacer con su tesoro. El mes pasado, por fin pusieron el edificio en el mercado a través de una subasta, en la que la puja más alta la hizo un inversor desconocido llamado Jacob Garlick: 190 millones de dólares, 175 milones de euros, fue su oferta. En su contrato de compra, Garlick se comprometió a invertir otros 30 millones en la restauracción y mantenimiento del edificio (hoy entre andamios) y a hacer un primer pago de otros 30 millones a primeros de abril. El vencedor de la subasta no ha cumplido con esa útima condición ni ha pedido un aplazamiento, de modo que ha perdido su derecho sobre el Flatiron. El siguiente pujador, Jeffrey Gural, ha dicho que ya no tiene interés en quedarse con la propiedad. En su opinión, la inversión que necesita el Flatiron es de 100 millones de dólares, no de 30. Nadie quiere el edificio más bonito de Manhattan.

El Flatiron, en junio de 1952.El Flatiron, en junio de 1952.CARL NESENSOHN

La historia del Flatiron también empezó con un empreario dudoso como Garlick. Amos Eno, el promotor y primer propietario del edificio, fue un empresario activo en la segunda mitad del siglo XIX y conocido por sus inversiones extravagantes. Construyó un hipódromo destinado a reproducir las carreras de cuádrigas romanas en la Quinta Avenida yduró dos años abierto. Durante décadas, Eno fue un nuevo rico patoso y con delirios de grandeza urbanística del que los neoyorquinos se burlaban. Pero a veces acertaba. En la década de 1860 abrió el Fifth Avenue Hotel, a la altura de la calle 23, y logró que su entorno, los alrededores de Madison Square, se convirtiera en un nuevo centro para Manhattan, una alternativa más amistoso y menos clasista que el núcleo de Washington Square, un kilómetro al sur (el barrio de Eddith Wharton y Henry James, para entendernos).

En 1880, Eno compró el solar del Flamiron, ocupado entonces por otro hotel de cuatro plantas, el Saint Germain, que cedió su lugar a un edificio de apartamentos de ocho pisos, el Cumberland. En su muro medianero se proyectaban los primeros anuncios luminosos de la época. Eno fue la primera persona que se refirió al lugar como Flatiron, por su parecido con una plancha.

La historia del solar volvió a cambiar por una norma. En 1892, Nueva York cambió su reglamento de construcción, puso condiciones más laxas al uso de estructuras de hierro y acero y eso propició que la ciudad viviera su segundo boom inmobiliario, después del de 1860. El primero con ascensores. La demanda atrajo a empresarios como George A. Fuller, un arquitecto que se había hecho rico en el Chicago de Louis Sullivan y que se hizo con la propiedad del Cumberland después de algunos equívocos.

Fuller, educado en el MIT, era indiferente a la composición de fachadas pero era un obseso de las estructuras. El Flatiron fue el gran reto de su vida, aunque nunca se ocupó de su piel: esta correspondió a Daniel Burnham, otro arquitecto estadounidense, este educado en París, en el gusto por el eclecticismo beaux arts. Por eso, Burnham aparece como autor principal del edificio y, por eso, su fachada está llena de grecolatinismos. Al principio, sus vecinos ironizaban con su aspecto retorizante. Los neoyorquinos de hoy, lloran su abandono y su incierto futuro.

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